Inocentes

HABRÍA QUE reformar, de forma urgente, el reglamento del Congreso de los Diputados.

No me importa que Mariano Rajoy pase a la ofensiva, se muestre tranquilo y reciba los aplausos pagados de antemano. No me importa que Rubalcaba haga un discurso endeble y facilón, porque sabemos, supongo que él también, que no llegará a presidente. No me importa que el diputado Duran i Lleida se muestre comprensivo con los problemas ajenos, dado que su partido, según sentencia judicial, se financió ilegalmente. Incluso me parece normal que las preguntas de Rosa Díez, perfectamente sensatas, queden sin respuesta: estamos habituados a los monólogos y a los palmeros.

Sólo hay algo que me parece importante y muy grave: un presidente del Gobierno no puede acudir al Parlamento para declararse inocente. ¡Faltaría más! Aunque no creamos en esa inocencia desde el punto de vista político, porque desde el caso Naseiro sabemos cómo se financia el PP y sabemos también cómo se financian otros partidos, la declaración es, además de superflua, humillante para la institución y para la ciudadanía. «Soy inocente», dice Rajoy. Y lo dice en referencia a un proceso judicial que implica un montón de millones evadidos al fisco, con un acusado que fue gerente y tesorero (nombrado por Rajoy) del PP, con indicios de que el principal partido español aceptó donativos irregulares y con pruebas fehacientes, los SMS, de que Rajoy se mostró amistoso con un presunto delincuente (su tesorero) hasta que éste optó por el chantaje.

Todos somos inocentes hasta que se demuestra lo contrario. Y cuando se demuestra lo contrario, un político sigue siendo inocente. Eso no es problema. El presidente del Gobierno tiene todo el derecho a sentirse inocente, a proclamarlo e incluso, todo es posible, a serlo. Pero no debe decirlo en el Parlamento. Cuando ayer se declaró inocente, Rajoy envileció una institución política que abdica con penosa frecuencia en favor de los tribunales (los recursos «políticos» ante el Constitucional son el ejemplo más rotundo) pero cuya razón de ser es la explicación, no la lectura de pliegos de defensa.

Que se reforme el reglamento. Que el presidente pueda comparecer con su abogado. Que se desaloje la sala en cuanto se produzca un tumulto. Si el presidente considera apropiado declararse inocente, que lo haga con las máximas garantías legales. Y que alguien le diga al presidente, por favor, que el respeto a los ciudadanos no es un asunto penal: es algo mucho más importante.